miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cuentos de Gustavo Darío Portillo

Jamás olvidaré la extraña muerte de  mi primo Juan. Lo que en un momento parecía un simple cuento, en un abrir y cerrar de ojo, se volvió realidad.

A Juan le encantaba los cachorritos, su favorito eran los caniches blancos. En el día de su cumpleaños recibe un hermoso perrito. La actitud de Juan, al recibir su obsequio, fue bastante rara, por primera vez  no se mostró sorprendido, y antes de agarrarlo miró con cierto recelo al caniche.

Al día siguiente se le ocurrió ir al arroyo en busca de algunos pececillos y para ello llevó consigo a su mascota. Después de largas horas Juan venía subiendo la rivada con una cara de enorme felicidad. Pero lo raro fue que su mascota no venía con él. Apresuradamente me dirijo a él y le pregunté:

-¿Y pompón? ¿Por qué no viene contigo?

Con una mirada misteriosa, Juan, me respondió:

-¡está bien donde está!

Muy asustado e insistente volví a preguntar:

-¿Dónde está la mascota Juan?

Finalmente y con una frialdad me respondió:

-¡Lo maté a pedradas!

Después de haber escuchado el macabro hecho cometido por Juan, casi muero de espanto. Como ya nada podíamos hacer por el cachorro asesinado, traté que mi primo entrara en razón sobre lo que había hecho. Le comenté que, una vez un chico había matado a su perro a cuchillazos, y  días después, el chico, amaneció muerto en la cama despidiendo espumas por la boca. Mi primo como si nada hubiera pasado, me mira fijamente y se dirigió a su pieza.

Por la noche, calculo que sería cerca de la media noche, pues la luna muy baja empezaba a bañar con su luz la pieza de Juan, cuando de repente un bulto negro, casi imperceptible, se coloca sobre el umbral de la puerta. Traté de no asustar a mi primo, lo tomé en brazos y lo metí debajo de la cama. Cuando me doy vueltas, estaba cara a cara con el extraño ser.  Esa figura lúgubre, inmóvil en la puerta de luna llena, comenzaba a agrandarse extraordinariamente, tomaba proporciones de monstruo. Traté de no sucumbir. De repente el bulto dio un paso, luego otro y otro.  No se apresuraba, como si estuviera seguro de lo que iba a hacer. Le miré con una expresión de terror. En un momento creí que iba a precipitarse sobre mí, pero pasó a mi lado sigilosamente y se metió debajo de la cama donde se encontraba Juan durmiendo angelicalmente. Al rato de dos minutos, salió, se dirigió nuevamente a la puerta y atravesando el patio de la casa acabó por perderse entre el espeso monte.

Me atreví a realizar un primer movimiento y me dirigí hacia donde estaba Juan, con un violento movimiento corrí la cama. Una sensación horrible sentí, un frio mortal se apoderó de mí al ver a mi primo como si estuviera congelado, con la mirada abierta y despidiendo espumas por la boca como si estuviera rabioso. Nada pude hacer más que tomarlo entre mis brazos y largarme a llorar intensamente. Hoy cada rayo de luna que atraviesa la puerta de la pieza de Juan me trae consigo el viento frío de aquella espantosa muerte. Ahora aquí sólo me queda mirar estas cuatro paredes blancas y gritar a través de esta pequeña ventana.



                                                                                                      Portillo Gustavo Dario

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