El Rapto
Sentado en el sofá con el televisor
encendido me dejé arrastrar por una extraña sensación que me provocó el espejo recostado
sobre unos libros de Borges y de Cortázar, dos grandes autores que te encierran
en laberintos sin salidas. Pero de ellos no quiero hablar, sino más bien del
espejo. No sé qué fue pero algo en él me llamó la atención. En un momento creí
que estaba a punto de quedar loco pero no hice caso a tal idea vana de una
noche solitaria. Para distraerme, y con el control en la mano, comencé a hacer zapping y así por lo menos
encontrar alguna película. Cansado de ver estupideces en la televisión apagué
por completo la caja boba. Fui hasta la cocina, abrí la heladera y tomé un vaso
de agua siempre pensando en aquel extraño espejo. Para evadir el “miedo” me fui al baño, abrí el grifo, dejé caer el
agua por un largo rato y me mojé la cara. Sin embargo, no pude evadirlo ya que
una vez más sentí una fea sensación, pareciera ser que esta vez el espejo del
baño me estuviera advirtiendo algo, pero no sé qué.
Después de un largo vacilar salí
bruscamente del baño para mirar el espejo que se encontraba en la mesita de luz
pero todo estaba en su lugar. En ese instante un viento frío comenzó a subir
lentamente por mis pies dejándome petrificado. Inmediatamente fui a la pieza y
me metí en la cama al igual que lo hace un niño asustado en una noche de luna
llena. Estando debajo de la cama, una nueva e insistente rara sensación corrió
por mis venas. Levanté la sábana y comencé a girar la mirada por todos los
ángulos de mi habitación como buscando algo o a alguien. Detuve la mirada en
otro espejo que yacía en el suelo. Empecé a temblar, mis labios se adormecieron
por completo y un aire frío me cubrió con su manto; pareciera ser como que si
todos los espejos de la casa estuvieran vivos. <<! Maldito espejo
¡>> me dije y me quedé atónito. Salí bruscamente debajo de la sábana y me
metí nuevamente en el baño. El grifo seguía abierto mientras que mi mirada se
perdía en el abismo. Por un momento sentí que el espejo me tomó por rehén
encarcelándome en una oscuridad abismal. El frío del agua que mojaba mis pies
me ayudaron a salir de ese extraño lugar. Bajé la mirada, cerré el grifo y salí
del baño.
Una vez en el living me senté
nuevamente en el sofá y al encender el televisor, en el canal Encuentro, estaba
pasando un especial sobre la fabricación de espejos. <<Otra vez el
espejo>> me dije abriendo enormemente los ojos. Teniendo la certeza de que algo estaba por ocurrir,
bruscamente volví la cabeza, miré hacia la mesa de luz y de lejos vi el espejo
caído sobre el libro de Cortázar. Me precipité a ver qué pasó y sólo hallé el
espejo roto sobre el libro abierto. En un momento no entendí nada, lo único que
sobresalía era el título del cuento “Los otros”. Automáticamente asocié dicho título
con algún otro que se encontraba en mi casa, pero sin ser interceptado por mí.
Busqué en cada esquina a ese otro, al fantasma, al extraño, al desconocido o
como quieran llamarlo. .
El miedo y los nervios se apoderaron por
completo de mí. Comencé a correr como un loco de un lugar a otro pero sin
encontrar salida al espantoso momento. De pronto todo oscureció, me encontraba en
un lugar sin dimensiones, puro abismo e infinito. Me quedé quieto para esperar
a que regresara la luz, pero de pronto el espantoso silencio fue interrumpido
por enigmáticos pasos. Alguien del otro lado abrió la puerta del baño, era mi
hermano. Al verlo me quedé feliz porque estaba seguro que iba a ayudarme. Lo
llamé una y otra vez pero no me oyó. Con los puños golpee fuertemente el bañado
de plata que nos dividía pero ni siquiera levantó la mirada. De repente miró
fijamente al espejo, quedándonos quedamos cara a cara logre empañar el cristal con
mi aliento. Él del otro lado desempañó el espejo, por un momento creí que
extendía sus manos para arrebatarme del extraño lugar pero nada fue así. Volví
a golpear el bañado de plata, insistí con gritar lo más fuerte que pude pero a
pesar de todo no pudo oírme. Una tristeza corrió por mis venas y la impotencia
se apoderó de mí. Después de vanos intentos, nuevamente gobernó la oscuridad,
otra vez me sentí sumergido en un mundo infinito, oscuro e inacabable. Tristemente
vi que mi hermano se alejaba y sin sospechar nada salió del baño dejando la luz
encendida y a mí raptado por el espejo.
Envuelto en llantos decidí recostarme
en la oscuridad y esperar alguna ayuda del exterior. Luego de unos instantes
alguien abre la puerta y apaga la luz.
Autor:
Portillo Gustavo Darío